Lo
que los anglosajones llaman pop-up books, que podría traducirse como
“libros que brotan”, nosotros lo llamamos libros desplegables, libros
móviles, libros animados, libros tridimensionales, libros vivos, etc.
No se sabe quién introdujo el primer artificio mecánico en un libro, pero uno de los ejemplos más tempranos que se conocen se debe a Ramon Llull de Mallorca (1233-1316) quién ilustró sus teorías filosóficas con ruedas giratorias de papel.
En la biblioteca de El Escorial se conserva una antología de su obra y pensamiento bajo el título de Ars Magna, un manuscrito del siglo XVI que incorpora figuras rotatorias que tratan de explicar la existencia de Dios a través de la numerología. Mecanismos similares, basados en discos giratorios, han sido utilizados desde los tiempos de Llull con fines tan diversos como hacer predicciones astronómicas, crear códigos secretos o predecir el futuro.
En 1524 se publicó un libro sobre astrología con elementos móviles: Cosmographia de Petrus Apianus, nombre latinizado del matemático alemán Peter Bienewitz (1495-1552).
La medicina fue una de las primeras disciplinas en adoptar estos formatos bibliográficos con libros en los que mediante solapas superpuestas, el estudioso podía descubrir distintas secciones del cuerpo humano.
Un fabuloso ejemplo de estos móviles anatómicos lo constituye De Humanis Corpora Fabricals de Andrea Versalius, impreso en Basilea en 1543.
No fue hasta 1765 cuando los libros móviles centraron su atención en el público infantil gracias al editor londinense Robert Sayer quien publicó sus Harlequinades, historias con ilustraciones dotadas de solapas intercambiables.
Otros tempranos ejemplos de libros móviles se los debemos al artista William Grimaldi quien hizo unos dibujos moralizantes del tocador de su hija a fin de enseñarle virtudes y que fueron publicados en 1821 bajo el título "The toilet". La editorial londinense Dean & Son, fundada en 1800, fue la primera en dedicarse a la producción a gran escala de lo que ellos denominaron “toy-books” (libros-juguete) en los que introdujeron numerosos mecanismos.
Durante las últimas décadas del siglo XIX irrumpieron en el mercado de los libros móviles varios creadores en Gran Bretaña y en Alemania, donde las técnicas de impresión estaban por superar. Nombres vinculados a ambos países como Raphael Tuck (1821-1900) –con sus panoramas mecánicos–, Ernest Nister (1842-1909) –autor de encantadoras estampas de niños– y Lothar Meggendorfer (1847-1925) –con sus ingeniosas y divertidas imágenes móviles–, destacaron entre los más innovadores y prolíficos. A finales de siglo la fiebre por los libros-juguete se extendió a Francia donde sobresalieron las cuidadas creaciones del editor A. Capendu. A Estados Unidos, los libros desplegables llegaron con las ediciones de los hermanos McLoughlin que prácticamente piratearon los trabajos de Dean & Son.
Todos estos nombres colaboraron a forjar lo que se ha llamado la Edad de Oro de los Libros Desplegables, cuyo final llegó con la Primera Guerra Mundial en la que la escasez de recursos motivó que los centros de producción de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos se empleasen en tareas menos frívolas que motivaron un declive en la cantidad y calidad de estos libros.
El resurgimiento llegó en 1929 con Louis Giraud y sus “living models” (maquetas vivas) en las que introdujo un concepto técnico nuevo: el movimiento y la acción en la ilustración se producía a la vez que se pasaba la página. En 1932, la compañía establecida en Chicago y Nueva York, Blue Ribbon Press utilizó por primera vez el término “pop-up” para referirse a los libros desplegables. Hoy en día esta palabra se utiliza en todos los idiomas para identificar estos libros. La idea fue introducida en nuestro país por la editorial El Molino de Barcelona bajo la denominación de “Ilustración Sorpresa”.
La Segunda Guerra Mundial trajo escasez de papel y mano de obra, pero no acabó con la labor creativa de artistas como Julian Wehr cuyas obras fueron publicadas en nuestro país por la editorial Cervantes de Barcelona. También es destacable en esta difícil época bélica la firma norteamericana Ramdom House que consiguió mantener una tímida pero eficaz producción que permitió que los libros móviles no cayeran en el olvido.
En las décadas de 1930 y 1940 otras tres editoriales barcelonesas destacaron en la producción de libros desplegables: la editorial Maravilla con su colección de “Cuentos en Movimiento”, la editorial Selva y sus “Albums Relieve” y la editorial Juventud que publicó en 1935 un precioso “Peter Pan”.
El panorama internacional se reavivó en la segunda mitad del siglo XX con dos focos de producción fundamentales: Checoslovaquia, donde la editorial Artia y su principal artista Vojtech Kubasta realizaron una prolífica labor creativa de libros infantiles; y Estados Unidos, con Waldo Hunt, fundador de las principales empresas destinadas a la producción de libros desplegables.
En las décadas finales del siglo XX, las técnicas de los libros desplegables se han hecho cada vez más ingeniosas y elaboradas, destacando ingenieros de papel como Ib Penick, John Strejan, Jan Pienkowski (autor del superventas Hounted House), David Pelham, Ron van der Meer, etc., por citar algunos responsables de lo que ya se ha llamado la Segunda Edad de Oro de los Libros Desplegables.
Con la publicación en 1967 del Index Book por parte del pintor norteamericano Andy Warhol y las creaciones del diseñador italiano Bruno Munari, los libros desplegables han tocado directamente el mundo del arte contemporáneo, surgiendo creadores que han visto en ellos un nuevo soporte para su obra original con los llamados “libros de artista”, ediciones reducidas que se comercializan en las galerías de arte. A esta seducción no se ha resistido el grupo teatral catalán Els Comediants que en 1984 lanzó al mercado Sol Solet, un libro-objeto publicado por Edicions de L’Eixample, concebido por Salvador Saura y Ramón Torrente que esconde toda una parafernalia de elementos tridimensionales y de papiroflexia bajo una atípica encuadernación de hojalata.
Como contrapunto a los sofisticados mecanismos de algunos libros actuales, sorprenden las creaciones del japonés Katsumi Komagata que se basan en la sencillez de simples páginas monocromas, recortadas y superpuestas; auténtica poesía de textura y color.
Es sobre todo el buen gusto y la alta calidad artística de autores como el newyorkino Robert Sabuda y su socio Mathew Reinhart los que permiten a miles de personas poder disfrutar en su casa de estas pequeñas obras de arte e ingeniería que unen a niños con mayores y a adultos con su propia niñez alojada en el recuerdo, convirtiendo mágicamente el libro que tenemos en las manos en un juguete.
(Fuente: http://salonesarte.es)
No se sabe quién introdujo el primer artificio mecánico en un libro, pero uno de los ejemplos más tempranos que se conocen se debe a Ramon Llull de Mallorca (1233-1316) quién ilustró sus teorías filosóficas con ruedas giratorias de papel.
En la biblioteca de El Escorial se conserva una antología de su obra y pensamiento bajo el título de Ars Magna, un manuscrito del siglo XVI que incorpora figuras rotatorias que tratan de explicar la existencia de Dios a través de la numerología. Mecanismos similares, basados en discos giratorios, han sido utilizados desde los tiempos de Llull con fines tan diversos como hacer predicciones astronómicas, crear códigos secretos o predecir el futuro.
En 1524 se publicó un libro sobre astrología con elementos móviles: Cosmographia de Petrus Apianus, nombre latinizado del matemático alemán Peter Bienewitz (1495-1552).
La medicina fue una de las primeras disciplinas en adoptar estos formatos bibliográficos con libros en los que mediante solapas superpuestas, el estudioso podía descubrir distintas secciones del cuerpo humano.
Un fabuloso ejemplo de estos móviles anatómicos lo constituye De Humanis Corpora Fabricals de Andrea Versalius, impreso en Basilea en 1543.
No fue hasta 1765 cuando los libros móviles centraron su atención en el público infantil gracias al editor londinense Robert Sayer quien publicó sus Harlequinades, historias con ilustraciones dotadas de solapas intercambiables.
Otros tempranos ejemplos de libros móviles se los debemos al artista William Grimaldi quien hizo unos dibujos moralizantes del tocador de su hija a fin de enseñarle virtudes y que fueron publicados en 1821 bajo el título "The toilet". La editorial londinense Dean & Son, fundada en 1800, fue la primera en dedicarse a la producción a gran escala de lo que ellos denominaron “toy-books” (libros-juguete) en los que introdujeron numerosos mecanismos.
Durante las últimas décadas del siglo XIX irrumpieron en el mercado de los libros móviles varios creadores en Gran Bretaña y en Alemania, donde las técnicas de impresión estaban por superar. Nombres vinculados a ambos países como Raphael Tuck (1821-1900) –con sus panoramas mecánicos–, Ernest Nister (1842-1909) –autor de encantadoras estampas de niños– y Lothar Meggendorfer (1847-1925) –con sus ingeniosas y divertidas imágenes móviles–, destacaron entre los más innovadores y prolíficos. A finales de siglo la fiebre por los libros-juguete se extendió a Francia donde sobresalieron las cuidadas creaciones del editor A. Capendu. A Estados Unidos, los libros desplegables llegaron con las ediciones de los hermanos McLoughlin que prácticamente piratearon los trabajos de Dean & Son.
Todos estos nombres colaboraron a forjar lo que se ha llamado la Edad de Oro de los Libros Desplegables, cuyo final llegó con la Primera Guerra Mundial en la que la escasez de recursos motivó que los centros de producción de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos se empleasen en tareas menos frívolas que motivaron un declive en la cantidad y calidad de estos libros.
El resurgimiento llegó en 1929 con Louis Giraud y sus “living models” (maquetas vivas) en las que introdujo un concepto técnico nuevo: el movimiento y la acción en la ilustración se producía a la vez que se pasaba la página. En 1932, la compañía establecida en Chicago y Nueva York, Blue Ribbon Press utilizó por primera vez el término “pop-up” para referirse a los libros desplegables. Hoy en día esta palabra se utiliza en todos los idiomas para identificar estos libros. La idea fue introducida en nuestro país por la editorial El Molino de Barcelona bajo la denominación de “Ilustración Sorpresa”.
La Segunda Guerra Mundial trajo escasez de papel y mano de obra, pero no acabó con la labor creativa de artistas como Julian Wehr cuyas obras fueron publicadas en nuestro país por la editorial Cervantes de Barcelona. También es destacable en esta difícil época bélica la firma norteamericana Ramdom House que consiguió mantener una tímida pero eficaz producción que permitió que los libros móviles no cayeran en el olvido.
En las décadas de 1930 y 1940 otras tres editoriales barcelonesas destacaron en la producción de libros desplegables: la editorial Maravilla con su colección de “Cuentos en Movimiento”, la editorial Selva y sus “Albums Relieve” y la editorial Juventud que publicó en 1935 un precioso “Peter Pan”.
El panorama internacional se reavivó en la segunda mitad del siglo XX con dos focos de producción fundamentales: Checoslovaquia, donde la editorial Artia y su principal artista Vojtech Kubasta realizaron una prolífica labor creativa de libros infantiles; y Estados Unidos, con Waldo Hunt, fundador de las principales empresas destinadas a la producción de libros desplegables.
En las décadas finales del siglo XX, las técnicas de los libros desplegables se han hecho cada vez más ingeniosas y elaboradas, destacando ingenieros de papel como Ib Penick, John Strejan, Jan Pienkowski (autor del superventas Hounted House), David Pelham, Ron van der Meer, etc., por citar algunos responsables de lo que ya se ha llamado la Segunda Edad de Oro de los Libros Desplegables.
Con la publicación en 1967 del Index Book por parte del pintor norteamericano Andy Warhol y las creaciones del diseñador italiano Bruno Munari, los libros desplegables han tocado directamente el mundo del arte contemporáneo, surgiendo creadores que han visto en ellos un nuevo soporte para su obra original con los llamados “libros de artista”, ediciones reducidas que se comercializan en las galerías de arte. A esta seducción no se ha resistido el grupo teatral catalán Els Comediants que en 1984 lanzó al mercado Sol Solet, un libro-objeto publicado por Edicions de L’Eixample, concebido por Salvador Saura y Ramón Torrente que esconde toda una parafernalia de elementos tridimensionales y de papiroflexia bajo una atípica encuadernación de hojalata.
Como contrapunto a los sofisticados mecanismos de algunos libros actuales, sorprenden las creaciones del japonés Katsumi Komagata que se basan en la sencillez de simples páginas monocromas, recortadas y superpuestas; auténtica poesía de textura y color.
Es sobre todo el buen gusto y la alta calidad artística de autores como el newyorkino Robert Sabuda y su socio Mathew Reinhart los que permiten a miles de personas poder disfrutar en su casa de estas pequeñas obras de arte e ingeniería que unen a niños con mayores y a adultos con su propia niñez alojada en el recuerdo, convirtiendo mágicamente el libro que tenemos en las manos en un juguete.
(Fuente: http://salonesarte.es)